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Historias del Puente Viejo



Una noche de melancolía y tristeza, que necesitaba huir de todo y mi cabeza no encontraba respuestas al Maremagnum de  incógnitas que me apabullaban. Decidí ir a dar un paseo por el puente, no sé por qué me parecía que podía apaciguarme caminar entre dos aguas. Había pasado por él mas de mil veces, cuando era pequeño, haciendo travesuras con los amigo-hermanos del barrio; escondiéndonos en sus ojos, para mirar entre las rendijas que dejaban las vetustas tablas que conformaban su suelo, y verle las bragas a las chicas que lo cruzaban alegremente sin sospechar nuestro voyeurismo. Tirándonos al agua de las turbinas de la hidroeléctrica, que salía a chorros por una ventana. Bailando, con una radio, con las amigas de la panda que aceptaban, como lugar de guateque, la sequedad de uno de sus arcos. Intentando pescar desde sus anchos bordes de piedra, o soñando que en la otra orilla empezaba una aventura de otro mundo, donde los barrancos se convertían en montañas inescalables; sus hierbas salvajes, en selvas frondosas y la longitud de sus caminos, nos descubrían mundos diferentes con premios soterrados de raíces dulces...el tesoro a robar...el “palodú”.





Recordaría cientos de aventuras que vivimos al otro lado, los sifones, la presilla, el paredón, la isla del chamelo. Lugares testigos de nuestros primeros escarceos amorosos; besos, abrazos, sinceridades de niños que quizás forjaron nuestro carácter de cara a lo que la vida nos tenía preparado. Los recordé a todos, hoy todos buena gente. El puente marcaba el atrevimiento de buscar mas allá de nuestras calles.
En este medio estar presente, algo me detuvo, perdí la noción del tiempo y mis ojos no veían lo que me rodeaba, si no un lugar desconocido que me transmitía una agradable tranquilidad. Había alguien, que yo no veía, pero sentía su presencia como si estuviera a mi lado, oía su voz dentro de mi cerebro, dulce, tranquila, apaciguadora, me hacia sentir casi flotando...¿o flotaba en realidad? me gustaba todo lo que me decía, (si era un sueño, no quería despertar). Fue como una confesión, le conté hasta lo incontable, y me entendía, me sosegaba, me hacía sentir menos culpable de los pecados que me agobiaban; en una palabra me hizo notar intensamente feliz, como jamás me había sentido, advertía sus brazos a mi alrededor, abrazándome, acariciándome, tranquilizándome, como un verdadero amigo. Quería gritar y llorar de emoción, pero no pude; sentí como salían de mis adentros todas las espinas que me hacían sufrir, me abandonaban, dejaban de herirme; una sensación que nunca había sentido. Parecía como si la ingravidad me tomara en sus brazos y me paseara por el rio, oyendo solo los susurros de la corriente.
 Transcurrió un tiempo, no sabría decir cuanto, y volví a la realidad; allí estaba en medio del puente, en la oscuridad de la noche, solo, asustado pero tranquilo, intentando analizar lo que me había ocurrido, no recordaba por qué estaba allí, pero sentía una inmensa felicidad. Me entraron ganas de reír, y así lo hice, me marché despacio, riendo, sin saber bien de que, pero sentía una alegría interna que me hacía saltar al compás de los pasos. Cuando estaba llegando al final del puente, una ligera brisa me dijo al oído...”siempre que te encuentres mal y busques refugio, ven a verme, ya sabes donde estoy y como encontrarme”.
He vuelto un par de veces a buscarlo, pero no ocurrió nada, quizás haya sido porque estas otras veces, en realidad no estaba tan verdaderamente triste como la primera.
                                                                (L. Rivera)

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